2020

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7 junio, 2020 Desactivado Por cinque -

 

#PrayForAustralia

#UnDíaSinMujeres

#Coronavirus  #COVID

#BlackLivesMatter

Me sorprendió un Tik Tok en la semana mostrando lo que ven los adolescentes de su mundo este año:  el incendio de Australia, el Coronavirus, la explosión de expresiones en contra de la violencia contra la mujer; quedarse sin escuela, sin ver a sus amigos, sin graduaciones; los alborotos por la violencia racial; y hasta encapuchados en la ciudad.

Ayer mismo, mi hijo me hace una entrevista intentando encontrar ventajas de estar encerrados y anota varias cosas, como el tiempo que hemos ganado juntos, que parecía tan imposible; los conciertos gratuitos de la Filarmónica de Berlín; presenciar el lanzamiento de la que lograron Space X y NASA;  salir a correr en una ciudad vacía y con menos contaminación de la que estamos acostumbrados.  Parece un juego de  contradicciones constantes.

Contradicciones que se han ido superponiendo.  En marzo las mujeres nos unimos para apoyar a #UnDíaSinMujeres intentando validar la voz que le ponga un alto a la violencia de género.  Atrás habían quedado los esfuerzos de dejar de consumir plástico en bolsas de un solo uso, o popotes, intentando combatir el Calentamiento Global.  ¿Alguien se acuerda de eso ahora?  ¿Dónde quedó Greta Thunberg?  Con el COVID-19 llega un encierro que nos tiene sin poder abrazar a quien nos dé la gana por más de 79 días (hasta ahora) y de pronto, se arma una revuelta por la violencia racial.  Y, como queriendo hacer segunda, aparecen unos encapuchados en la CDMX que aparenta ser una revuelta “demasiado organizada”, “demasiada bonita la letra con la que grafitean los edificios de Polanco”. Y no podemos dejar de preguntarnos “¿quién lo está organizando?  ¿con qué fin?”

Les contaba a mis alumnos la forma en que algunos autores comparan el desarrollo de la humanidad al desarrollo de cada individuo.  En ese mismo sentido, se puede pensar en una masa como un individuo.  En psicoanálisis sabemos que los primeros años del ser humano, incluso los primeros meses del bebé, son fundamentales para crear un buen sentido de sí mismo:  de quién es él, independientemente de los demás, y de quién es con los demás.  Sí, hay una parte que viene de la genética, de lo corporal, de lo instintivo.  Pero la línea es tan fina entre lo que uno desarrolla por sí solo y lo que influye la relación con el otro, que basta decir que la relación con sus padres es fundamental.  El hecho de que los padres puedan hacerle saber que él es importante, que lo cuiden y que lo quieran ya le abre posibilidades infinitamente diferentes a un niño a quien por alguna razón, no se le ve.  Generalmente, esos niños no vistos, no cuidados o, aún más, violentados por sus propios padres, tienen pocas posibilidades de salir adelante o de ser mejores personas que lo que fueron sus padres… si no lo trabajan.  Si lo llegan a trabajar y a elaborar, las posibilidades son un poco mejores.

Si usamos la misma comparación de individuo – sociedad, creo que tenemos un problema enorme.  Los padres que no pueden darle a sus hijos el cuidado que necesita se debe básicamente a una de dos:  agresión o negligencia.  Cualquiera que sea en este país, no estamos siendo contenidos por nuestro gobierno.  La amenaza del virus no llega a una población fuerte y con la madurez suficiente para cuidarse.  A la incertidumbre del virus, se le suman las mentiras y los secretos del gobierno, si no es que a la violencia que infringe sobre sus gobernados.  A mí me preocupa esto más que la incidencia de casos de COVID en un mismo momento:  esta sensación constante de angustia e incertidumbre con la que tenemos que lidiar todos al mismo tiempo. 

Después de ver varios videos (unos presentando destrozos en las calles de Río Tiber y Río Pánuco que después se desplazaron a Polanco, en la zona donde normalmente nos estacionamos para cuando vamos a museos; y otros tantos destrozos por la mismísima 5a Avenida, desde la 59 hasta  la 47 y ver todo tapeado, hasta Barnes & Noble, quitándole el glamour a Manhattan) no puedo evitar sentirme vulnerable, frustrada y muy muy triste con este mundo que están viviendo mis hijos. 

Esto parece como sin aguantar más el encierro, se aprovechara una chispa para encender una furia descontrolada e impulsiva, que descarga y promueve a un nuevo encierro.  A un nuevo alejamiento de las calles por el miedo, ya no al virus, sino a los otros. 

¡Qué ganas de quedarnos aquí en esta burbuja!  Pero yo misma le he pedido a mis hijos que no se queden sin hacer algo.  Que no nos quedemos esperando que el otro resuelva.  Yo siento que no me puedo quedar aquí, atrás de la puerta, protegida, sin hacer nada.  Me siento inútil.  ¿Sirve de algo seguir estudiando por qué actuamos así?  ¿Cuál es la historia detrás de los policías que mataron a George Floyd?  ¿Se vale quedarme en mi departamento intentando promover una base emocional sana para que mis alumnos puedan aprender de la vida y salir a mejorar el mundo cuando lo más probable es que después se queden en sus casas cuidando sólo a los suyos?

¡Qué impotencia!  Me siento impotente y vulnerable.  No quiero quedarme encerrada.  No quiero poder hacer nada.  Quiero ir a evidenciar que todo esté.  No bien.  Eso ya lo sé.  Pero que siga.  Mis calles, mis ciudades.  Mi gente.  Beca me ha dicho últimamente que ya no aguanta el encierro.  “No me importa salir.  Me importa estar con la gente.”

P.D.  Aún así, mi hermano tiene razón:  el 2020 todavía no llega a ser peor que el 2019.

cinque

Columna

psicoterapeuta | corredora empedernida | apasionada por los vínculos, la buena música y la escritura | mamá de 2 | aprendiz de lo posible y de lo imposible

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