EL VERDADERO SIGNIFICADO DE DORMIR CON ALGUIEN

EL VERDADERO SIGNIFICADO DE DORMIR CON ALGUIEN

15 junio, 2020 Desactivado Por cinque -

Dormir con alguien es a ir esas fronteras de la intimidad, en donde no sólo las personas que duermen juntas se tocan sin miedo, sino que bajan todas sus defensas… incluso ésas de apagar las luces del mundo externo y la entrada al mundo de los deseos y temores inconscientes.  Dormir con alguien es invitarlo a compartir el cruce de esa frontera de lo consciente a lo inconsciente.

Se suma a esta intimidad, la posibilidad de tocarse sobre, adentro y en medio de las cobijas.  No se necesita abrir los ojos para, con el mero tacto, reconocer la distancia a la que se tiene al otro: ya sea la mano, un pie o la cara.  El tacto resulta tan poderoso, que nos puede llevar al mayor placer o a las más insoportables sensaciones.  Y resulta, por supuesto, un cruce más del límite entre el otro y uno mismo.  No hay posibilidad de tocar sin experimentar al otro en la piel de uno.  Si hace una presión controlada y a manera de caricias, nos puede llenar de oxitocina y opioides… ¿cómo no sentirse como en drogas?  ¡Una delicia!  Para algunos, ¡una tortura!

Incluso en estos tiempos en que estamos juntos todo el día y son pocos los momentos en que nos separamos, invitar a dormir a uno de mis hijos a mi cama es un momento especial y se manifiesta como todo un evento.  No es de todos los días, pero sí me encanta tenerlos cuando eso significa un apapacho más grande porque tuvieron una pesadilla, porque algo malo sucedió en el día o porque hubo algo que nos hizo pelear y el venir a mi cama es saber que ya todo está bien.

 

Pero no siempre fue así.  Ahora es una decisión fácil porque hay espacio en mi cama.  Antes casi no cabíamos y el entrar en la cama significaba separar a una pareja, y alguno recibía patadas o manotazos porque no caíamos los tres.  Menos, los cuatro, a menos de que fuera la mañana de un domingo y resultara una delicia acurrucarnos en  medio de las cobijas. 

 

Recuerdo la gente con la que he dormido:  

Los primeros no fueron personas, sino objetos transicionales:  mi bibi, mis muñecos y, por muchos años, mi Snoop.   

Pocas veces  recuerdo haber ido a la cama de mis papás por haber tenido alguna pesadilla. Escalaba la cama para posicionarme en medio de ellos.  Pero más veces fueron las que mi papá había salido viaje y se abría un espacio en la cama junto a mi mamá.  En esa cama que mi hermana y yo tantas veces ocupamos como trampolín -por las tardes- para saltar y caer paradas, sentadas y acostadas… y volver a empezar.  En esa cama en la que me acosté hace muchos años junto a mi mamá para llorar con ella porque su mamá había muerto. 

 

Justamente, alguien más con quien dormía de vez en cuando en mi infancia, era mi abuelita Tere.  Me dejaba dormir en su cama. ¡Era terrible!  Yo empezaba a sufrir de saber que no me podría mover mucho porque me regañaba quejándose de que la pateaba.  O si me levantaba en la noche y trataba de no hacer ruido, alguna duela vieja del piso de su cuarto, me delataba.

 

Cuando mi prima Daniela se quedó unos meses a vivir en mi casa, me parecía que decidir si dormiría conmigo en mi cuarto, o con mi hermana en el suyo, era un problema muy difícil de solucionar:  si se quedaba con Rosi, me moriría de ganas de saber lo que platicaban por las noches.  Si se quedaba conmigo, seguro terminaría peleada como lo hacía frecuentemente con mi hermana.  Rosi tuvo la mejor solución:  dormiríamos nosotras dos juntas y le dejaríamos un cuarto a Daniela.  Esta vez, me encantó tener un rinconcito debajo de la escalera, el colchón en el piso y un closet nuevo.  Creo que me sentí más independiente y joven que nunca.  No compartí mi intimidad; más bien, nos arreglamos para no invadirnos.

 

Los años que vivimos en NY era muy cómodo dormir acompañada en el invierno.  Como éramos ‘estudihambres’, debíamos limitarnos mucho con la calefacción, así que nos helábamos.  Lo mejor era hundirte bajo el edredón, pero sin llegar a tocar los pies fríos del otro, porque te congelabas tú también.  Pero ya que agarrabas calorcito, era una delicia compartir abrazados un capítulo nuevo de Friends cada semana.  Lo disfrutábamos tanto que no nos levantábamos hasta que el reloj nos aventaba en la cara lo urgente que era hacerlo.  

 

Estos últimos años he disfrutado mucho una cama grande para mí sola.  Todavía tengo un trastorno del sueño que tenía de manera regular de niña:  síndrome de la pierna inquieta.  Ahora me pasa sólo a veces, pero en esas ocasiones, puedo moverme y retorcerme por toda la cama.  Hay otras noches, en que me agarra la inspiración o el insomnio, y puedo sentirme como gobernante de todo mi reino.  

 

Pero de repente, como hoy, me encantaría pasar la noche con alguien.  Sí, mis hijos están bien y es lindo de vez en cuando.  Pero abrazar a alguien con quien deseas compartir esa intimidad de vida, compartir sueños, el frío de los pies, darle un masajito en la espalda antes de dormir o despertarlo a besos.  Despertar y preguntar por sus sueños y contarle los tuyos; permitirle saber que a veces se le olvida a tu cerebro desconectar el área motriz y que te vea hablando, sentándote en la cama o incluso aplaudiendo.  

Cantarle aunque no seas la mejor y reírse de cómo “ya se pandeó tu abdomen”.  Despertar y convencer al otro de salir a correr.  Y de vez en cuando, rendirte a su propuesta y quedarte a compartir una flojerita mañanera y volverte a dormir pero esta vez, cambiando las cobijas, por sus brazos

cinque

Columna

psicoterapeuta | corredora empedernida | apasionada por los vínculos, la buena música y la escritura | mamá de 2 | aprendiz de lo posible y de lo imposible

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